20 de febrero de 2018

UN TORRENTE DE AÑOS CADA DÍA


¿Me das esa baraja que llevamos a medias, Juan?

Hoy sí que hace frío, ¿eh? Voy a sacarme un calentico. ¿Quieres uno?

¿No ha venido nadie aún? ¿Pues dónde se ha metido la parroquia?

Hoy me voy más pronto, que tengo que ir a un entierro.

Ay, aquí sí que se está bien, ¿eh? Parece que vendan ropa.

Ayer hizo cinco años que murió mi mujer. ¡Cinco ya! Más solo que me dejó… Y aquí sigo.

Mira a ver si le puedes sacar una poquica punta al lápiz, Juan, que no escribe muy allá.

Y mis hijos que no me hablan... ¿Tú te crees que hay derecho? Pero allá ellos… Lo que sí me duele es que no me dejen ver a mis nietos. Eso sí es duro, Juan. Muy duro…

Juanico, dile a la directora que nos invite a una chocolatada, o algo…

¿A que no sabes dónde estoy en esta foto? Soy este de aquí. Y ese mi hermano Miguel. Y aquí mi madre… Siempre llevo esta foto en la cartera.

¿Tienes periódicos viejos? Es que me vienen bien para limpiar la jaula del canario.

Ay, nene, mírame cuándo tengo que venir a Memoria, que no me acuerdo.

¿No sabrás cómo quedó ayer el Valencia?

Y de eso hará… más de 50 años. Ya ves… El tiempo y la marea ni se paran ni esperan.

¿El podólogo no viene hoy? Yo diría que me dijo que me atendía esta tarde… Ay, después de venir desde la Corredera andando, con este dolor de pies...

Ayer no pude venir. Tuve a toda la tropa en casa. ¡Cinco nietos y dos bisnietos! ¿Qué te parece?

A ver si entiendes tú esto… ¿Cómo hago para llamar al que me ha llamado ahora mismo?

¿Me puedo llevar el Marca, Juan? Total ya no lo va a mirar nadie…

Decían que iba a llover hoy, pero si no sopla de Levante...

Nene, baja un poco la calefacción que las de Baile nos asamos.

Esta baraja me la guardas aparte, hazme el favor. Es que si me la cogen me la marranean.

¿Me puedes avisar a las seis menos cuarto para que me tome el Sintrom?

¿A que no me adivinas la edad? Di, di… ¡Voy para los 89!

Yo vivía a las faldas del castillo, en una de las casas cueva que hay allí. Hasta que un día nos echaron a la calle. Era yo muy pequeño pero me acuerdo como si fuera ayer.

Claro que hace tiempo que no me veías… Como que fui al médico a hacerme unas pruebas y me ingresaron. Me han puesto un marcapasos.

Venga, papa, date prisa, que tengo a las nenas esperando en el coche.

Hoy sí que llevo un caramelo de regaliz, Juanico. Anda, toma, que es de los buenos.

Mira a ver, Juan, que se me ha volcao el café sin querer,

¿¡Pues no me dejaba el paraguas!? Me ha tocao volverme desde allá abajo. Si es que... el que no tiene cabeza tiene que tener pies.

Bueno, pues ya hemos echao la tarde, ¿verdad?

Hasta el lunes, Juan... Bueno… si Dios quiere, porque a esta edad….


Y así pasan las tardes, tranquilas. Como una rueda que gira lenta hacia adelante pero que mantiene un eje anclado en el pasado, trayéndolo al presente una y otra vez. 
Y el ayer se diluye irremediablemente en cada nuevo día. 
Y cada cual tiene una historia que guarda dentro de sí.
Y algunos se acercan a compartir retazos de esa historia, de algunos de tantos recuerdos imperecederos que conforman sus vidas.

11 de febrero de 2018

LA ANÉCDOTA DEL CARTERO Y LINA MORGAN


De vez en cuando llega un paquete postal al centro en el que trabajo y yo soy el encargado de recogerlo.  
Unas veces me entregan un albarán adjunto, sin más,  otras me piden que estampe un sello para que conste que ha sido entregado,  y otras, mis favoritas, he de  firmar sobre una pequeña  pantalla táctil. 
Digo que prefiero estas últimas porque suponen un reto de creatividad para mí,  sobre todo cuando no tienen ni utensilio para llevarlo a cabo.

- Da igual, con el dedo mismo.

¿Firmar con el dedo? ¿Puede haber un reto más divertido? Me parece tonto, pero se siente uno como un niño haciendo monigotes.

La primera vez solo fui capaz de dibujar un gusano electrificado, pero poco a poco he ido perfeccionando mi técnica, empleando más uña que carne, y últimamente consigo hacer un garabato más o menos legible. 

En realidad es una tontería esmerarse. Estoy seguro de que nadie pondría ninguna objeción si firmara  como Helena de Troya, o aunque escribiera “Aquí el diablo”.  
Pero aun así me afano por alcanzar el virtuosismo en el arte de firmar con el dedo.

Hablar hoy de esto me sirve simplemente de introducción para contar una anécdota que considero divertida. Me acordé de ella precisamente cuando el otro día llegó un paquete y el cartero (bueno, no era exactamente un cartero sino un mensajero) saludó con un sonoro “Buenos días”

Ocurrió hace años, cuando yo trabajaba  en el video club Brigadier, en Petrel (Alicante)
Guardo muy buenos recuerdos de aquel tiempo como dependiente, alquilando películas al público más variopinto, pero hoy sólo me detendré en contar lo que pasó con el cartero que casi todas las mañanas entraba al video club a dejar el correo.

No fue  un hombre con el que tratara más allá del habitual saludo o de cualquier tema relacionado con la entrega postal, pero siempre me llamó la atención su forma de saludar. Abría la puerta y alargaba sus “Buenos días” hasta llegar al mostrador.
“¡Buenos diiiiiaaas!”, decía, pletórico, y al entregarme las cartas en mano daba media vuelta y se marchaba con un cantarín “Adiooooos”, que también duraba lo suficiente como para que alcanzara la puerta.  

Dado que esto se repetía con asiduidad, el cartero pasó a ser uno de esos personajes que mi amigo Juan Luis y yo imitábamos para divertirnos. Sus “holas” y “adioses” eran una recurrente cantinela en nuestro habitual cachondeo. 
Y dado que Juan Luis pasaba a visitarme muchos días, no fueron pocas las mañanas  que fuimos espectadores de esos peculiares saludo más despedida del cartero. Cuando entraba permanecíamos en silencio, atentos a la consabida escena, que luego nosotros exagerábamos por nuestra cuenta hasta quedarnos sin respiración.

Había en un rincón del video club, frente al mostrador, un pequeño televisor sobre una plataforma en la pared, y en las mañanas tranquilas solía haber puesta una película. La mañana a la que me refiero,  el DVD estaba reproduciendo una película de Lina Morgan. Diría que era La tonta del bote, pero no me atrevo a asegurarlo. 
En cualquier caso, la miga del asunto está en que  la casualidad más grande del mundo quiso que la puerta se abriera y entrara el cartero para que EXACTAMENTE un segundo después de que concluyera  su aerodinámico “Buenos diiiiiaaaaaas”,  Lina Morgan exclamara:

“Hay asnos mucho más inteligentes que este cartero”

Imaginad nuestra cara de sorpresa (y la del cartero) al escuchar aquella frase inesperada. Eso y el ataque de risa que no dio a Juan Luis y a mí cuando se marchó. Nos estuvimos riendo  con ganas un buen rato.


Después, pensando en lo ocurrido,  se me quedó la preocupación de  que el cartero pudiera creer que lo habíamos hecho intencionadamente, que hubiéramos preparado la escena y tenerla en pausa para reproducirla en el momento en que él  entrara. 
No fue así en absoluto. 
Fue la más pura chiripa el que  Lina Morgan se burlara del cartero de la película cuando otro cartero entraba también en escena. 
No sé lo que pensaría el hombre, que se marchó sin decir nada, pero desde luego no merecía una chirigota así, siendo tan educado como era. 

Y bueno, esta es la anécdota que he querido contar hoy. 
Y me alegro de tener un blog donde poder compartirla porque el otro día leí que deberíamos guardar un minuto de silencio por todas aquellas anécdotas que no pudimos contar porque alguien nos interrumpió y después se cambió de tema. 

Creo sinceramente que no debe ser  bueno para la salud que una anécdota, por  tonta que sea, se nos quede dentro, sin ver la luz jamás. 

Hale, adioooooooooos.